No había explicación lógica de porque José Méndez no podía salir de aquel pequeño e incómodo closet. Tampoco le interesaba mucho dar tanta explicación de por qué encontraba tan maravilloso aquel reducido espacio, ya que no deseaba que algún curioso profanara su apreciado escondite.
Todo comenzó la tarde de aquel lunes. Un lunes cualquiera, tan aburrido como todos los demás. José se encontraba tirado en el sofá de la casa sintiendo como el fastidio lo consumía, “¿Cuándo llegará?” se preguntaba. A sus 8 años, era tan inquieto y agitado que un día, harta de luchar con él, su madre opto por ignorar cual locura y disparate se le ocurriera hacer a José, claro, mientras que tales locuras no pusieran en peligro la integridad física y mental de otras personas, cabe destacar. Cuando ya sentía que no podía más, y que en cualquier momento se derretiría del aburrimiento tal cual como un chocolate al sol, tocaron la puerta. José corrió a toda prisa, ya tenía una misión que cumplir. Aunque solo fuera abrir la puerta, “era mejor que derretirse, ¿no?”, pensaba. Cuando abrió, encontró del otro lado a Luis, su vecino y para ese entonces, su mejor amigo. Feliz de que Luis al fin hubiera llegado no hizo falta mucho tiempo para que ambos empezaran a jugar. Después de al menos unos quince segundos se decidieron por empezar la jornada de diversión de aquella tarde jugando al escondite. Para suerte de José a Luis le toco buscar. Apenas se dio la vuelta y empezó a contar, José ya había emprendido su búsqueda de aquel gran escondite que anhelaba encontrar. En su carrera, se topo con el cuarto de visita al que su madre le tenía prohibido entrar, pero ya que su madre no estaba y además como José se despertó aquella mañana con ganas de “aventurarse” en algo nuevo, decidió romper las reglas. Cuando entro, sus ojos se posaron directamente en una vieja y maltratada puerta de madera. En cualquier otro entorno que no hubiera sido aquella casa, esa puerta sin duda no daría entrada a nada bueno, resultaba un tanto tenebrosa. “Ahí jamás me encontrará” se dijo para sus adentros. Silenciosamente José se internó en aquel oscuro closet. Por alguna razón que en ese momento a José no se le pasaba por la cabeza, nunca había entrado ahí, ni siquiera se había percatado de la existencia de aquel closet, pero ese día todo sería diferente, aquel día ese era su gran escondite.
Mientras esperaba que Luis empezara su difícil búsqueda, José empezó a apreciar la oscuridad. Era absoluta y acogedora, sentía una especie de protección por parte de aquel estrecho lugar. El piso era frio, lo que combinaba a la perfección con aquella oscuridad. Las paredes tenían una textura rugosa y rudimentaria y debido a lo estrecho que era se podía sentir la presión que ese lugar ejercía a quien entrara ahí. Sensaciones que no había experimentado nunca empezaron a embargar a José. Sintió la paz que aquel sitio le brindaba, un sentimiento que le encantó. Era como un hechizo que por momentos lo hacían sentir como si ya no estuviera en su casa, ni en su barrio, no era nada parecido a lo que él conocía. Aquel mismo hechizo que la oscuridad producía, le daba la oportunidad a José de ir a donde quisiera. Sin necesidad de cerrar los ojos podía viajar a las tierras de “nunca jamás”, con Peter pan y Wendy, una sus películas favoritas. También podía volar sobre los paisajes que estaban dibujados en los afiches de su colegio que tanto le gustaban. Podía navegar ríos, pelear con dragones, correr en peligrosas pistas de carreras, adentrarse en mortales aventuras en tierras hechas de caramelos y dulces. Todo lo que el imaginara la oscuridad se lo daba sin pedir nada a cambio.
Salió del closet horas después y se dio cuenta que Luis ya no estaba, se dio por vencido y al aburrirse de tanto buscar, se fue. Pero eso para José ya no tenía ninguna importancia. Había descubierto una diversión que ningún juego que el conociera le podría brindar. Estaba tan embriagado por aquel pequeño y estrecho lugar que antes solo hubiera descrito como un simple y común “closet” que durante el resto del día en lo único que pensó fue en eso.
Durante los días siguientes José no fue el mismo, aquel niño inquieto se había transformado en un niño introvertido y extrañamente tranquilo. Su mama muy preocupada trataba de encontrar la razón de aquel cambio en José, ya que aunque le gustaba aquella tranquilidad, le preocupaba el extraño comportamiento de su hijo. Ya no jugaba con Luis ni con ningún otro niño. Lo único que cabía en su cabeza era aquel closet que se había convertido en una obsesión para él. Todo lo que hacía, lo hacía mecánicamente, como si de una dolorosa tarea se tratara, lo único que disfrutaba era la oscuridad de aquel closet. Años pasaron y José seguía igual, la oscuridad de aquel closet había borrado toda cordura de su cabeza. El mundo real resultaba un castigo para él y su único consuelo era internarse en aquel closet. Su madre, consciente de la locura de su hijo, decide internarlo en una clínica psiquiátrica. Desde ese día José perdió el sentido de su vida, su mundo, que era ese pequeño espacio oscuro oculto en lo que un día fue su casa, ya no estaba para él. Poco tiempo pasó para que José muriera de dolor. Los médicos sin poder explicar su muerte de manera clara, simplemente concluyeron que José se dejo morir. Y sin duda tenían razón, ya que sin ganas de seguir viviendo en una realidad que le causaba tanto dolor, José decidió encerrarse en la oscuridad de la muerte para siempre, una oscuridad muy similar a la de aquel closet.
Daniel Fuentes.
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